Todavía hoy, aún cuando la osteopatía va siendo conocida y reconocida en nuestro entorno, se hace difícil encontrar personas que acudan a nuestra consulta por un problema digestivo, circulatorio, endocrino, respiratorio…, como si nuestro ámbito de actuación no llegase a ir más allá de lo concerniente al sistema músculo-esquelético o neurológico.
En un mundo globalizado, en el que todo está interconectado y cada vez más todo esta influido por todo, vemos que en numerosas ocasiones una persona una empresa o una máquina funcionan mejor en la medida que conectan mejor con las entidades de que dependen, Así un individuo puede tener tanto más éxito a nivel laboral o social cuanto mejor maneje la información de la que dispone a diferencia de otros tiempos no muy lejanos en los que ese éxito era proporcional a la información que acumulaba, esto es, a lo que conocía o sabia. Hoy por hoy, más que nunca, el flujo de información se contrapone a la acumulación de información: la sociedad de la información versus la sociedad del conocimiento.
Si nos fijamos en el terreno de la distribución orgánica o tisular, entendidos los elementos del sistema como de un todo complejo que persigue un objetivo común, podremos comprobar que un elemento del sistema funciona de manera idónea si y solo si encaja armoniosamente en el conjunto. La información ha de fluir en la interconexión necesaria en un sinfín de estímulos sucedidos por otro sinfín de respuestas. El osteópata aborda estos procesos de acción-reacción desde el punto de vista mecánico, fluidito y neurológico, identificando el máximo número de influencias negativas en la sintomatología del paciente y remitiéndose en especial a las sensibles a la terapia manual, herramienta fundamental de la osteopatía.
Puede que así entendamos más fácilmente la plena validez del concepto de globalidad que distingue la osteopatía, teniendo en cuenta siempre si existen entidades anatomopatológicas evidentes vinculables a la etiología del cuadro clínico (lesiones, enfermedades), pero sobretodo para adecuar el conjunto del sistema de cara a la supresión parcial o total del síntoma o disfunción. El osteópata se dedica a explorar el sustrato del conjunto para equilibrarlo en aquello que sí sea modulable, permitiendo que lesiones claramente definidas, degenerativas o no, puedan llegar a pasar parcial o totalmente desapercibidas (artrosis, hernias discales, diverticulosis, espondilolistesis, congestiones biliares, hernias de hiato…), sin restringir su acción al sistema músculo-esquelético. El concepto de estructura se hace extensible e incluye en él a todos y cada uno de los tejidos orgánicos (véase osteopatía tisular), concepto que entre sus diferentes acepciones, puede definir tanto un campo de acción como una forma de abordar y tratar al paciente.
La osteopatía consiste en reorganizar lo reorganizable, induciendo, nunca imponiendo, con el objetivo de maximizar los recursos anatómicos disponibles, a la par que las funciones que soportan y minimizar los síntomas, y siempre en ese orden, aunque sean éstos últimos los que inicialmente muevan al paciente a la consulta y su eliminación el objetivo del tratamiento. Aunque no siempre deba de ser así… ¿Acaso esperamos necesariamente a que nuestro automóvil se averíe o muestre un funcionamiento defectuoso para llevarlo al mecánico? o ¿lo sometemos a revisiones periódicas para prevenir que nos deje en la estacada en el peor momento y alargar su vida útil? Se trata de optimizar la fisiología facilitando la adaptación del paciente a su entorno, se trata de abrir las puertas que retienen y dificultan el flujo de energía (mecánica si pensamos meramente en las restricciones de movilidad), mostrando a los tejidos (estructura) la senda hacía el equilibrio. De ahí la etimología de la palabra “osteopath” (osteópata en el inglés de los fundadores de la osteopatía, en los EE.UU. de finales del siglo XIX: osteo-de estructura, -path de senda o camino).
Cualquier parte del tubo digestivo necesita articularse con su entorno para permitir el transito correcto de su contenido y como consecuencia una optima fisiología, máxime en zonas tan dilatables como el estómago y el colón. Algo parecido sucede con el útero de la mujer, muy variable en su tamaño durante el ciclo menstrual. Igualmente sucede a nivel de los órganos subdiafragmáticos: hígado, bazo y riñones están tan necesitados de que se transmita correctamente el vaivén que les proporciona la subida y bajada del diafragma, (20 veces por minuto en reposo), que hace que la función de éste como principal músculo ventilatorio sea una función más de las muchas que desempeña. (Visceral responses to spinal manipulation, Journal of electromyographic and Kinesiology).
Nada de lo que existe es casual, y menos para los darwinistas: somos el resultado de millones de años de evolución en la cual las especies que no se han adaptado a su entorno, esto es, las que no han tenido éxito, no han perdurado. No es casual que las regiones más móviles de la columna vertebral (la cervical y la lumbar) se relacionen anteriormente con zonas de tránsito (cuello y abdomen) y por el contrario las de mayor estabilidad (cráneo, dorsales, pelvis) se correspondan a su vez con órganos que necesitan una relativa quietud y estabilidad mecánica para el correcto desempeño de sus funciones (encéfalo, cayado aórtico, aparato urogenital). Si estas relaciones no son casuales en la fisiología, tampoco lo son en la patología.
Desde aquí queremos cursar una invitación a que experimenten las posibilidades de la osteopatía en el terreno de los cuadros sintomáticos con implicaciones viscerales u orgánicas: problemas de tránsito intestinal, acidez gástrica, reflujo esofágico ptosis renal, dispepsia, hernia de hiato, incontinencia urinaria, cistitis, prostatitis, cálculos biliares y nefríticos… En numerosas ocasiones la osteopatía puede aportar una mejora que perdura en el tiempo y que no requiere la tutela constante del terapeuta para evitar recidivas. Se trata de liberar retenciones de movilidad o si se quiere de energía mecánica, fluídica o neurológica, en los puntos clave, para así inducir la reorganización de la anatomía y por ello de las funciones que soporta, de ahí la primera regla fundamental de la osteopatía. Un desequilibrio implica sobre-solicitación relativa de alguna estructura y por ello un gasto energético extra que puede generar una sobrecarga, allí donde se ha generado el problema o en cualquier otro lugar que intente compensarlo. Se trata sencillamente de facilitar la vida teniendo como principal línea de actuación el respeto por la globalidad.
La osteopatía: tan natural como el movimiento, tan natural como la vida